Castor Woods ha sufrido una plaga de zombis. Esta es la premisa de Dying Light: The Beast, la excusa perfecta para armarnos hasta los dientes, retomar el papel de Kyle Crane y enfrentarnos a estas hordas de no muertos de forma inminente. La acción, el parkour y la espectacularidad son los ingredientes de una nueva entrega de la saga, menos ambiciosa, pero fiel a sus señas de identidad.
Techland es la desarrolladora detrás de la franquicia, que ha traído diversas aventuras en los últimos años. Para quienes se ponen por primera vez a los mandos, la fórmula combina parkour con un sistema de combate cargado de violencia para sobrevivir al caos. Pensado inicialmente como una expansión de Dying Light 2, la desarrolladora optó por un juego independiente, de menor escala, pero con todo el carisma de la saga. El resultado: enfrentamientos más intensos y una historia centrada en Kyle Crane y sus motivaciones personales.
Kyle Crane libera a su bestia interior
La trama gira en torno a Kyle Crane, cuyos orígenes y razones para continuar la lucha se revelan esta vez en Castor Woods. Tras presenciar un secuestro y ser llevado a un laboratorio, se convierte en conejillo de indias de una siniestra organización. Ahora, infectado con una nueva cepa del virus zombi, no se transforma, sino que absorbe un patógeno que le otorga habilidades espectaculares. Descubrir el experimento del Barón es el núcleo de la historia, acompañado por la científica Olivia y un grupo de supervivientes.
En lo jugable, Dying Light: The Beast mantiene la fórmula conocida: mundo abierto en primera persona y un arsenal de armas variado. La campaña principal dura unas 25 horas, ampliables con misiones secundarias y búsqueda de equipamiento avanzado. Una novedad es que cada misión incorpora un nivel de dificultad ajustable: Historia, Supervivencia y Brutal, que definen daño recibido, patrones enemigos más complejos y limitación de recursos.
El entorno cambia notablemente: la acción se sitúa en una región turística alpina, Castor Woods. Sus escenarios incluyen el casco antiguo con calles estrechas, bosques, montañas, lagos, un desguace y un hospital psiquiátrico. Aunque su mapa no es tan extenso como el de Dying Light 2, sí ofrece suficientes elementos para garantizar variedad y misiones abundantes.
Como en entregas anteriores, la noche transforma a los zombis en criaturas más agresivas. Esto supone tanto un riesgo como una ventaja, ya que permite al jugador usar la oscuridad para infiltrarse con sigilo. El sistema de parkour, sello de la saga, sigue siendo clave para moverse por tejados, paredes o zonas de escalada y escapar de enemigos. Sin embargo, se han detectado problemas de precisión en los saltos sobre cornisas y superficies.
Regresan herramientas útiles como el gancho, ideal para escalar árboles y edificios, y los vehículos, con protagonismo de los jeeps Ranger, que requieren combustible. Este factor de supervivencia obliga a buscar recursos. No existe viaje rápido, por lo que las distancias deben recorrerse a pie o en vehículo.
Multitud de armas junto a un gran sistema de mejoras
El combate es otro pilar fundamental. En esta entrega se da mayor peso a las armas de fuego (pistolas, escopetas, rifles, lanzallamas). La munición es escasa y debe gestionarse con cuidado, buscando en convoys o comprando a comerciantes. También existe crafting para fabricar flechas y materiales incendiarios. El sistema de armas es sólido, aunque más reducido que en otras entregas.
El cuerpo a cuerpo conserva gran protagonismo, con machetes, bates, guadañas o hachas. El daño se refleja de forma realista: amputaciones, cojera y efectos según la zona golpeada. Las armas tienen rarezas, mejorables con efectos como veneno, fuego o hielo, pero se desgastan, obligando a usar bancos de trabajo para repararlas o potenciarlas. Los recursos también permiten crear objetos básicos como vendas para recuperar salud.
La mayor novedad es el modo Bestia. Al combatir se llena una barra de furia, especialmente al recibir daño o en enfrentamientos prolongados. Al activarse, Crane se convierte en una bestia con más fuerza, velocidad y resistencia, desatando habilidades físicas que lanzan enemigos por los aires. Una ventaja clave contra los rivales más poderosos.
Los entornos son dinámicos e interactivos, influyendo tanto a favor como en contra. Los enemigos reaccionan a sonidos como disparos, explosiones o crujidos. El mundo está vivo, con hordas que recorren constantemente las zonas, generando escaramuzas. Además, se encuentran cofres, botín y documentos que enriquecen la historia.
En conclusión
Dying Light: The Beast llega como un spin-off sólido, con una buena historia, parkour, armas y combates frenéticos. Aunque su mapa es más reducido, concentra mucho contenido y añade el atractivo modo Bestia, que otorga mayor profundidad jugable. Si buscas continuar el viaje de Kyle Crane, es una entrega recomendable.
*Agradecimientos a Techland por proporcionar una clave de PC para realizar este análisis.